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- Publicado el Viernes, 07 Febrero 2014 09:21
EXPERIMENTOS CON HUMANOS. EL EXPERIMENTO DE LA CÁRCEL DE STANFORD
El experimento de la cárcel de Stanford es un conocido estudio psicológico acerca de la influencia de un ambiente extremo, la vida en prisión, en las conductas desarrolladas por el hombre, dependiente de los roles sociales que desarrollaban (cautivo, guardia).
Fue llevado a cabo en 1971 por un equipo de investigadores liderado por Philip Zimbardo de la Universidad Stanford. Se reclutaron voluntarios que desempeñarían los roles de guardias y prisioneros en una prisión ficticia. Sin embargo, el experimento se les fue pronto de las manos y se canceló en la primera semana.
El estudio fue subvencionado por la Armada de los Estados Unidos, que buscaba una explicación a los conflictos en su sistema de prisiones y en el del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Zimbardo y su equipo intentaron probar la hipótesis de que los guardias de prisiones y los convictos se autoseleccionaban, a partir de una cierta disposición que explicaría los abusos cometidos frecuentemente en las cárceles.
Los participantes fueron reclutados por medio de un anuncio del periódico local que pedía voluntarios para un estudio de los efectos psicológicos de la vida en la cárcel y la oferta era de una paga de 15 dólares diarios (en 2006 corresponderían a 57 euros diarios) por participar en la «simulación de una prisión».
De los 70 que respondieron al anuncio, Zimbardo y su equipo seleccionaron a los 24 que estimaron más saludables y estables psicológicamente mediante entrevistas de diagnóstico y pruebas de personalidad para eliminar candidatos con problemas psicológicos, discapacidades médicas o un historial delictivo o de abuso de drogas. En todos los aspectos reaccionaron de una forma normal. Los participantes eran predominantemente blancos, jóvenes, inteligentes y de clase media. Todos eran estudiantes universitarios.
Mediante el experimento, se quería comprobar cuáles eran los efectos psicológicos de convertirse en un preso o carcelero. Para ello se decidió construir una cárcel y después observar los efectos de esta institución sobre el comportamiento de todo aquel que estuviera entre sus paredes.
El grupo de 24 jóvenes fue dividido aleatoriamente en dos mitades: los «prisioneros» y los «guardias». Más tarde los prisioneros dirían que los guardias habían sido elegidos por tener la complexión física más robusta, aunque en realidad se les asignó el papel mediante el lanzamiento de una moneda y no había diferencias objetivas de estatura o complexión entre los dos grupos.
Para simular un ambiente carcelario se requirieron los servicios de consultores expertos. El consultor principal fue un antiguo recluso que había pasado casi diecisiete años tras los barrotes. Este consultor hizo que se dieran cuenta de lo que significaba ser un preso.
Cómo era la cárcel
La prisión fue instalada en el sótano del departamento de psicología de Stanford, que había sido acondicionado como cárcel ficticia.
La cárcel se construyó cubriendo con placas cada extremo del pasillo en el sótano del edificio del Departamento de Psicología de Stanford. Este pasillo fue "el patio", el único espacio exterior donde los reclusos tenían permiso para caminar, comer o hacer ejercicio, excepto para ir al lavabo situado en el vestíbulo (los reclusos iban allí con los ojos tapados para que no supieran la salida de la cárcel).
Para crear las celdas de la cárcel, se quitaron las puertas de algunos laboratorios y las sustituyeron por otras hechas especialmente con barras de acero y luego se enumeraron.
En un extremo del pasillo había una pequeña apertura a través de la cual se podía grabar el sonido y la imagen de lo que pasaba en la cárcel. En el lado opuesto a las celdas, había un pequeño cuarto ropero que se convirtió en "el agujero" o celda de aislamiento. Era oscura y muy reducida, de unos 60 cm de ancho y de profundidad, pero lo bastante alta como para que un "recluso malo" pudiese estar de pie.
Un sistema intercomunicador les permitía intervenir las celdas secretamente para controlar de qué hablaban los reclusos y para hacerles anuncios públicos. No había ventanas o relojes que permitiesen juzgar el paso del tiempo, circunstancia que más tarde provocaría algunas experiencias de distorsión del tiempo.
Con todas estas instalaciones, la cárcel estaba preparada para recibir a los primeros reclusos, que esperaban en las celdas de detención del Departamento de Policía de Palo Alto.
Los prisioneros
Zimbardo estableció varias condiciones específicas que esperaba que provocaran la desorientación, la despersonalización y la desindividualización.
Como si fuesen presos reales, los reclusos esperaban alguna vejación, la violación de su intimidad y de algunos de sus derechos civiles mientras estuviesen en la cárcel, así como una dieta mínimamente adecuada (todo ello constaba en el contrato que firmaron, con conocimiento de causa, al ofrecerse voluntarios).
Se registró y se desnudó a cada recluso sistemáticamente. Después se les espulgó con un spray para transmitirles la convicción de que podían tener gérmenes o piojos.
Este procedimiento de degradación estaba pensado, en parte, para humillar a los prisioneros y en parte para asegurarse de que no se introdujesen gérmenes que contaminaran la cárcel.
Todos los reclusos recibieron un uniforme cuyo componente principal era un vestido, o saco de muselina, que llevaban siempre sin ropa interior. Delante y detrás del saco constaba su número de identificación personal que estaba cosido a los uniformes. Los números de identificación se utilizaron para que los reclusos se sintiesen anónimos. Sólo se les podía llamar por su número de identificación y sólo podían referirse a sí mismos y a los demás reclusos por el número Se intentaba crear una simulación funcional de una cárcel, no una cárcel en sentido literal. Los reclusos masculinos reales no llevan vestidos, pero sí se sienten humillados y afeminados. El objetivo era producir efectos similares de una forma rápida, haciéndoles llevar un vestido sin ropa interior. De hecho, tan pronto como algunos de los reclusos vistieron este uniforme empezaron a caminar, sentarse y comportarse de manera diferente (más como una mujer que como un hombre).
También llevaban sandalias con tacones de goma que Zimbardo escogió para forzarles a adoptar “posturas corporales no familiares” y contribuir a su incomodidad para provocar la desorientación, y medias de nylon en la cabeza para simular que tenían las cabezas rapadas, a semejanza de los reclutas en entrenamiento. Cada recluso arrastraba el peso de una cadena atada al tobillo derecho, que debían llevar a todas horas y que les servía como “recordatorio constante” de su encarcelamiento y opresión. Incluso cuando dormían, no podían escapar de la atmósfera de opresión. Cuando un recluso se movía, la cadena golpeaba el otro pie y lo despertaba, recordándole que aún estaba en la cárcel y que, incluso en sus sueños, era incapaz de escapar.
El gorro hecho de media que llevaban sustituía el afeitado de la cabeza. El proceso de afeitar la cabeza, que se da en la mayoría de las cárceles e instituciones militares, está pensado en parte para minimizar la personalidad del individuo, ya que algunas personas expresan su individualidad mediante el peinado o la longitud del cabello. También es una manera de conseguir que la gente empiece a cumplir con las normas arbitrarias y coercitivas de la institución.
Los guardias
Los guardias recibieron porras y uniformes caqui de inspiración militar, que habían escogido ellos mismos en un almacén militar. También se les proporcionaron gafas de espejo para impedir el contacto visual (Zimbardo dijo que tomó la idea de la película Cool hand Luke - La leyenda del indomable). A diferencia de los prisioneros, los guardias trabajarían en turnos y volverían a casa durante las horas libres, aunque durante el experimento muchos se prestaron voluntarios para hacer horas extra sin paga adicional.
Los guardas no recibieron ninguna formación específica sobre cómo ser guardas. Eran libres, dentro de unos límites, para hacer lo que considerasen necesario para mantener la ley y el orden en el interior de la cárcel y obligar a los reclusos a que mostrasen respeto. Los guardas crearon su propio código de normas, que después hicieron cumplir bajo la supervisión del alcaide David Jaffe, un estudiante de la Universidad de Stanford. No obstante, se les advirtió de la seriedad potencial de su misión y de los peligros que corrían en la situación en que estaban a punto de entrar, como pasa con los guardas auténticos que voluntariamente deciden realizar un trabajo tan peligroso.
Éste era el aspecto de uno de los guardas.
Las gafas de espejo evitaban que alguien viese sus ojos o descubriese sus emociones y, por tanto, acrecentaba aún más su anonimato. Y es que, evidentemente, no sólo se estudiaba a los reclusos, sino también a los guardas, que asumieron un nuevo papel cargado de poder.
Se empezó el experimento con nueve guardas y nueve reclusos. Tres guardas trabajaban en cada uno de los tres turnos de ocho horas, mientras que tres reclusos ocupaban cada una de las tres celdas desnudas, permanentemente. Los guardas y los reclusos restantes de la muestra de veinticuatro estaban disponibles en caso de que fuese necesario. Las celdas eran tan pequeñas que sólo había espacio para tres catres, donde dormían o se sentaban los reclusos, y para poca cosa más.
El día anterior al experimento, los guardias asistieron a una breve reunión de orientación, pero no se les proporcionaron otras reglas explícitas aparte de la prohibición de ejercer la violencia física. Se les dijo que era su responsabilidad dirigir la prisión, lo que podían hacer de la forma que creyesen más conveniente.
Zimbardo transmitió las siguientes instrucciones a los «guardias»:
Podéis producir en los prisioneros que sientan aburrimiento, miedo hasta cierto punto, podéis crear una noción de arbitrariedad y de que su vida está totalmente controlada por nosotros, por el sistema, vosotros, yo, y de que no tendrán privacidad... Vamos a despojarlos de su individualidad de varias formas. En general, todo esto conduce a un sentimiento de impotencia. Es decir, en esta situación tendremos todo el poder y ellos no tendrán ninguno.
El arresto (The Stanford Prison Study, citado en Haslam & Reicher, 2003).
A los participantes que habían sido seleccionados para desempeñar el papel de prisioneros se les dijo simplemente que esperasen en sus casas a que se los «visitase» el día que empezase el experimento. Sin previo aviso fueron «imputados» por robo a mano armada y arrestados por policías reales del departamento de Palo Alto, que cooperaron en esta parte del experimento.
Un tranquilo domingo de agosto por la mañana, en Palo Alto, California, un coche de la policía realizó una incursión por la ciudad y detuvo a estudiantes universitarios como parte de una redada por la violación de los artículos del código penal 211, atraco a mano armada, y 459, robo. Se detuvo a los sospechosos en su casa, se les leyeron los cargos de los que se les acusaba, se les advirtió de sus derechos legales, se les puso contra el coche de policía con las piernas abiertas, y se les registró y esposó, a menudo ante la mirada de curiosidad y sorpresa de los vecinos.
Metieron a los sospechosos en la parte posterior del vehículo policial y los llevaron a comisaría con las sirenas a todo volumen
Los coches llegaron a la comisaría, se hizo entrar a los sospechosos, fueron fichados formalmente y de nuevo se les comunicaron sus derechos; después se les tomaron las huellas dactilares y se les hizo una identificación completa. Se encerró a los sospechosos en una celda provisional donde se les dejó con los ojos vendados para que meditasen sobre su suerte y se preguntaran qué habían hecho para meterse en semejante lío
El experimento se descontroló rápidamente. Los prisioneros sufrieron —y aceptaron— un tratamiento sádico y humillante a manos de los guardias, y al final muchos mostraban graves trastornos emocionales.
Tras un primer día relativamente anodino, A las 2.30 de la madrugada, se despertó bruscamente a los reclusos con toques de silbato para el primero de los numerosos "recuentos".
Los recuentos servían para familiarizar a los reclusos con sus números (los recuentos se repetían varias veces en cada turno y a menudo por la noche). Pero lo más importante es que estas actividades proporcionaban a los guardas una forma regular de ejercer el control sobre los reclusos. Al principio, los reclusos no estaban totalmente metidos en su papel y no se tomaban los recuentos con mucha seriedad. Todavía intentaban afirmar su independencia. También los guardas tanteaban sus nuevos papeles y aún no estaban seguros de cómo ejercer su autoridad sobre los reclusos. Esto fue el inicio de una serie de enfrentamientos directos entre los guardas y los reclusos.
El segundo día se desató un motín. Debido a que el primer día transcurrió sin incidentes, la rebelión que estalló durante la mañana del segundo día les sorprendió y los pilló totalmente desprevenidos. Los reclusos se quitaron los gorros de media, se arrancaron los números e hicieron barricadas dentro de las celdas poniendo las camas contra la puerta. El problema era, ¿qué se podía hacer con esta rebelión? Los guardas estaban muy enfadados y frustrados porque los reclusos, además, empezaron a burlarse de ellos y a maldecirlos. Cuando llegaron los guardas del turno de mañana, se enfadaron con los del turno de noche porque pensaban que éstos habían sido demasiado indulgentes. Los guardas tuvieron que manejar la rebelión ellos solos, y lo que hicieron les dejó totalmente fascinados.
Al principio insistieron en que necesitaban refuerzos. Llegaron los tres guardas que esperaban en casa preparados y el turno nocturno de guardas permaneció de servicio voluntariamente para reforzar el turno de la mañana. Los guardas se reunieron y decidieron responder a la violencia con la violencia. Tomaron un extintor que disparaba un chorro de dióxido de carbono que helaba hasta los huesos, y obligaron a los reclusos a alejarse de las puertas. (Los extintores estaban allí para cumplir con los requisitos del Consejo de Investigación de Humanidades de Stanford, que se había preocupado por el potencial peligro de incendio.)
Los guardas forzaron la entrada de las celdas, desnudaron a los reclusos, les quitaron las camas, aislaron a los cabecillas de la rebelión y, en general, empezaron a humillar e intimidar a los reclusos
Los guardias se prestaron como voluntarios para hacer horas extras y disolver la revuelta, atacando a los prisioneros con extintores sin la supervisión directa del equipo investigador. A partir de ese momento, los guardias trataron de dividir a los prisioneros y enfrentarlos situándolos en bloques de celdas «buenos» y «malos», para hacerles creer que había «informantes» entre ellos. Esta treta fue muy efectiva, pues no se volvieron a producir rebeliones a gran escala. De acuerdo con los consejeros de Zimbardo, esta táctica había sido empleada con éxito también en prisiones reales estadounidenses.
La rebelión había sido temporalmente sofocada, pero entonces los guardas se enfrentaron a un nuevo problema. Lo más probable era que nueve guardas con porras pudiesen aplacar una rebelión de nueve reclusos, pero no podía haber nueve guardas de servicio a todas horas. Era obvio que el presupuesto de la cárcel no podía mantener una proporción de personal por reclusos como ésa. Por lo tanto, ¿qué harían? Uno de los guardas encontró una solución: Usar las tácticas psicológicas en lugar de las físicas. Las tácticas psicológicas consistían en establecer una celda de privilegio.
Una de las tres celdas se convirtió en "celda de privilegio". Los tres reclusos menos involucrados en la rebelión recibieron privilegios especiales. Les devolvieron los uniformes y las camas y se les permitió lavarse y cepillarse los dientes. A los otros no. A los reclusos privilegiados se les sirvió, además, una comida especial ante la presencia de los otros reclusos que habían perdido, temporalmente, el privilegio de comer. El resultado fue que se rompió la solidaridad entre los reclusos.
Después de medio día bajo este nuevo tratamiento, los guardas tomaron a algunos de los reclusos "buenos" y los pusieron en las celdas "malas", y a algunos de los reclusos "malos" los pusieron en la celda "buena", desconcertando completamente a todos los reclusos. Algunos de los que habían sido cabecillas pensaron que los reclusos de la celda privilegiada debían de ser confidentes y, de repente, empezaron a desconfiar los unos de los otros. Los consultores ex presidiarios informaron después de que guardas auténticos utilizaban una táctica similar en cárceles reales para romper alianzas entre reclusos. De hecho, en una cárcel real, la mayor amenaza para la vida de cualquier recluso proviene de los otros reclusos. Con este "divide y vencerás" los guardas fomentan la agresión entre los internos y, por tanto, la desvían de si mismos.
La rebelión de los reclusos también tuvo un papel importante en el aumento de solidaridad entre los guardas. De repente, ya no era sólo un experimento, ni una simple simulación. Al contrario, los guardas vieron a los reclusos como alborotadores que iban a por ellos y que les podían hacer daño. En respuesta a este peligro, los guardas empezaron a aumentar su control, vigilancia y agresión.
Todos los aspectos del comportamiento de los reclusos quedaron bajo el control total y arbitrario de los guardas. Incluso ir a los servicios se convirtió en un privilegio que un guarda podía otorgar o negar a su antojo. Después del cierre y apagado de luces diario a las diez de la noche, a menudo se obligaba a los reclusos a orinar o defecar en un cubo que habían dejado en su celda. A veces los guardas no permitían a los reclusos vaciar los cubos, y pronto la cárcel empezó a apestar a orines y excrementos ,aumentando así el ambiente degradante del entorno.
Los guardas fueron especialmente duros con el cabecilla de la rebelión, el recluso #5401, un fumador empedernido al que controlaron regulando cuando podía o no fumar. Después se supo que era un supuesto activista radical. Se había presentado voluntario para "desenmascarar" el estudio que, por error, pensaba que era una herramienta del sistema para encontrar formas de controlar a los estudiantes radicales. De hecho, había planeado vender la historia a un periódico clandestino cuando acabase el experimento. A pesar de ello, incluso él entró tan completamente en su papel de recluso que estaba orgulloso de haber sido elegido líder del Comité de quejas de la cárcel del condado de Stanford, tal como revelaba en una carta a su novia.
Los «recuentos» de prisioneros, que habían sido ideados inicialmente para ayudar a los prisioneros a familiarizarse con sus números identificativos, evolucionaron hacia experiencias traumáticas en las que los guardias atormentaban a los prisioneros y les imponían castigos físicos que incluían ejercicios forzados. Las flexiones eran una forma habitual de correctivo físico impuesto por los guardas para castigar las infracciones de las normas o las muestras de actitudes inadecuadas hacia los guardas o la institución.. Hay que señalar que uno de los guardas incluso se subía de pie sobre la espalda de los reclusos mientras hacían las flexiones u obligaba a otros reclusos a sentarse o subirse de pie sobre la espalda de sus compañeros.
Se obligó a algunos prisioneros a limpiar retretes con sus manos desnudas. Se retiraron los colchones de las celdas de los «malos» y también se forzó a los prisioneros a dormir desnudos en el suelo de hormigón. La comida también era negada frecuentemente como medida de castigo. También se les obligó a ir desnudos y a llevar a cabo actos homosexuales como humillación.
La huída
El propio Zimbardo ha citado su propia implicación creciente en el experimento, que guio, y en el que participó activamente. En el cuarto día, él y los guardias reaccionaron ante el rumor de un plan de huida intentando trasladar el experimento a un bloque de celdas reales en el departamento local de policía porque era más «seguro». La policía rechazó su petición, alegando preocupaciones por el seguro y Zimbardo recuerda haberse enfadado y disgustado por la falta de cooperación de la policía.
A medida que el experimento evolucionó, muchos de los guardias incrementaron su sadismo, particularmente por la noche, cuando pensaban que las cámaras estaban apagadas. Los investigadores vieron a aproximadamente un tercio de los guardias mostrando tendencias sádicas «genuinas». Muchos de los guardias se enfadaron cuando el experimento fue cancelado.
Un argumento que empleó Zimbardo para apoyar su tesis de que los participantes habían internalizado sus papeles fue que, cuando se les ofreció la «libertad condicional» a cambio de toda su paga, la mayoría de los prisioneros aceptó el trato. Pero cuando su libertad condicional fue «rechazada», ninguno abandonó el experimento. Zimbardo afirma que no tenían ninguna razón para seguir participando si eran capaces de rechazar su compensación material para abandonar la prisión.
Los prisioneros empezaron a mostrar desórdenes emocionales agudos. Un prisionero desarrolló un sarpullido psicosomático en todo su cuerpo al enterarse de que su «libertad condicional» había sido rechazada (Zimbardo la rechazó porque pensaba que trataba de un ardid para que lo sacaran de la prisión). Los llantos y el pensamiento desorganizado se volvieron comunes entre los prisioneros. Dos de ellos sufrieron traumas tan severos que se los retiró del experimento y fueron reemplazados.
Cuando aún no hacía treinta y seis horas que duraba el experimento, el recluso #8612 empezó a sufrir un trastorno emocional agudo, razonamiento ilógico, llanto incontrolable y ataques de ira. Pese a todo,los investigadores habían llegado a pensar casi como autoridades penitenciarias y creyeron que intentaba engañarlos para que lo liberaran.
Cuando el consultor presidiario principal entrevistó al recluso #8612, lo reprendió por ser tan débil y le explicó qué tipo de abusos podía esperar de guardas y reclusos si estuviese en la cárcel de San Quintín. Luego se le ofreció convertirse en confidente a cambio de no sufrir más humillaciones de los guardas. Se le dijo que lo pensara.
Durante el siguiente recuento, el recluso #8612 dijo a los demás reclusos: "No podéis iros. No podéis dejarlo". Este mensaje fue realmente estremecedor y les hizo aumentar la sensación de que estaban encarcelados de verdad. El recluso #8612 empezó entonces a actuar como un "loco", a gritar, maldecir y a enfurecerse de tal manera que parecía que estuviese fuera de control. Aún necesitaban un poco más de tiempo antes de convencerse de que realmente sufría y de que había que liberarlo.
Uno de los prisioneros de reemplazo, el prisionero número 416, quedó horrorizado por el tratamiento de los guardias y emprendió una huelga de hambre. Se le recluyó en confinamiento solitario en un pequeño compartimento durante tres horas en las que lo obligaron a sostener las salchichas que había rechazado comer. El resto de los prisioneros lo vieron como un alborotador que buscaba causar problemas. Para explotar este aspecto, los guardias les ofrecieron dos opciones: podían o bien entregar sus mantas o dejar al prisionero número 416 en confinamiento solitario durante toda la noche. Los prisioneros escogieron conservar sus mantas. Posteriormente Zimbardo intervino para hacer que 416 volviera a su celda.
Zimbardo decidió terminar el experimento prematuramente cuando Christina Maslach, una estudiante de posgrado no familiarizada con el experimento, objetó que la «prisión» mostraba unas pésimas condiciones, tras ser introducida para realizar entrevistas. Zimbardo se percató de que, de las más de cincuenta personas externas al experimento que habían visto la prisión, ella fue la única que cuestionó su moralidad. Tras apenas seis días, ocho antes de lo previsto, el experimento fue cancelado.
Conclusiones
Se ha dicho que el resultado del experimento demuestra la impresionabilidad y la obediencia de la gente cuando se le proporciona una ideología legitimadora y el apoyo institucional. También ha sido empleado para ilustrar la teoría de la disonancia cognitiva y el poder de la autoridad.
En psicología se suele decir que el resultado del experimento apoya las teorías de la atribución situacional de la conducta en detrimento de la atribución disposicional. En otras palabras, se supone que fue la situación la que provocó la conducta de los participantes y no sus personalidades individuales. De esta forma sería compatible con los resultados del también famoso experimento de Milgram, en el que gente ordinaria cumple órdenes de administrar lo que parecen shocks eléctricos fatales a un compañero del experimentador.
Casualmente poco después de la finalización del estudio se produjeron motines sangrientos en las prisiones de San
Quintín y Attica, y Zimbardo comunicó sus descubrimientos al Comité judicial de los Estados Unidos.
Críticas al experimento
El experimento fue ampliamente criticado por su falta de ética y considerado en los límites del método científico.
Los críticos incluyen a Erich Fromm, que cuestionó si se podrían generalizar los resultados del experimento.
Como fue un trabajo de campo, fue imposible llevar a cabo los controles científicos tradicionales. Zimbardo no fue un mero observador neutral, sino que controló la dirección del experimento como «superintendente». Las conclusiones y las observaciones de los investigadores fueron muy subjetivas y basadas en anécdotas, y el experimento es muy difícil de reproducir por otros investigadores.
Algunos de los críticos al experimento argumentan que los participantes basaban su conducta en cómo se esperaba que se comportasen o que la modelaron de acuerdo con estereotipos que ya tenían sobre prisioneros y guardias. En otras palabras, los participantes realizaban un mero juego de rol. Como respuesta, Zimbardo declaró que, incluso aunque inicialmente pudiera haber sido un juego de rol, los participantes internalizaron sus papeles a medida que el experimento continuó.
El experimento fue criticado también respecto a su validez ecológica. Muchas de las condiciones impuestas al experimento fueron arbitrarias y pueden no estar correlacionadas con las condiciones reales de las prisiones, incluyendo la llegada de los «prisioneros» con los ojos vendados, hacerles vestir solamente batas, no permitirles vestir ropa interior, impedirles mirar a través de ventanas y prohibirles usar sus nombres reales. Zimbardo se defendió de estas críticas declarando que la prisión es una experiencia confusa y deshumanizante, y que era necesario impulsar estos procedimientos para darles a los «prisioneros» las condiciones mentales adecuadas; pero es difícil saber cuán similares son estos efectos a los de una verdadera prisión, y las condiciones del experimento son difíciles de reproducir exactamente para que otros investigadores puedan llegar a conclusiones a este respecto.
Algunos dicen que el estudio fue demasiado determinista. Los informes describen diferencias significativas en la crueldad de los guardias, el peor de los cuales fue llamado «John Wayne» por los prisioneros, pero otros fueron más amables y a menudo concedieron favores a los prisioneros. Zimbardo no realizó ningún intento de explicar estas diferencias.
Por último, la muestra fue muy pequeña, de sólo 24 participantes en un periodo de tiempo relativamente pequeño. Y dado que los 24 interactuaban en un mismo grupo, tal vez sea más correcto considerar el tamaño de la muestra como Haslam y Reicher (2003), psicólogos de la Universidad de Exeter y la Universidad de St. Andrews, llevaron a cabo una repetición parcial del experimento con la asistencia de la BBC, que televisó escenas del estudio en un reality show llamado «El experimento». Los resultados y conclusiones fueron muy diferentes a los de Zimbardo. Aunque su procedimiento no fue una réplica directa del de Zimbardo, su estudio arroja nuevas dudas sobre la generalidad de sus conclusiones.
EL Experimento de la cárcel de Standford en la cultura popular
En 2001 la BBC realizó un documental, The Experiment, que recreaba el experimento con voluntarios. Se detuvo por preocupaciones acerca del bienestar de los participantes.
Das Experiment (El experimento), una película alemana del director Oliver Hirschbiegel rodada en 2001, está basada en la novela de Mario Giordano, que a su vez se inspira en este experimento.
El experimento de la cárcel de Stanford. Película.
Entrevista en vídeo de Eduard Punset a Philip Zimbardo sobre el Experimento de Stanford. La pendiente resbaladiza de la maldad.
El poder de la situación. Documental
Otras
Una novela de 1999 del autor alemán Mario Giordano titulada Black Box se inspiró en el experimento de Stanford.
The Black Box, una obra adaptada de Das Experiment, fue dirigida por Anthony S. Beukas. En ella actuaron miembros de la Yeshiva College Dramatics Society de la Universidad de Yeshiva en diciembre de 2005.
El relato del experimento va a ser filmado por Christopher McQuarrie, ganador de un Oscar por el guion de Sospechosos habituales, a partir de un guion que escribió con Tim Talbott.
El 27 de octubre de 2006, la productora de Madonna detuvo la producción de una película sobre el experimento.
El episodio My Big Fat Greek Rush Week de la serie de televisión Veronica Mars realizó una alusión al experimento cuando varios de sus personajes principales participaron en una recreación del mismo. En particular, hay dos personajes que actúan de forma similar a como lo hicieran el «Prisionero número 416» y «John Wayne».
El episodio Not for nothing de la serie Life gira en torno a una reproducción del experimento de la cárcel de Stanford.
La película estadounidense de 2010 titulada The Experiment, protagonizada por Adrien Brody, es un remake de Das Experiment